13. LA PERSEVERANCIA
Acción y efecto de perseverar. Constancia en la virtud y mantener la gracia hasta la muerte.
La perseverancia es el aliento o la fuerza interior que nos permite llevar a buen término las cosas que emprendemos. Los que son perseverantes tienen una alta motivación y un profundo sentido de compromiso que les impide abandonar las tareas que comienzan, y los anima a trabajar hasta el final. Para ser perseverante es una gran ayuda ser también disciplinados y decididos. La perseverancia es una cualidad común de las personas de carácter sólido, muchas de ellas líderes en su campo de acción, que lejos de amilanarse frente a las dificultades o a la adversidad, se engrandecen y redoblan sus esfuerzos, con gran determinación, para conseguir los objetivos que se han fijado.
PARA SER PERSEVERANTES...
• Ejercitemos diariamente nuestra fuerza de voluntad luchando contra la pereza, la negligencia y el descuido.
• Formemos en los niños y niñas una gran disciplina para que puedan persistir en sus deseos, fortaleza de carácter para que no se derrumben frente a los obstáculos y una buena dosis de claridad que les permita comprender que en un mundo donde la competencia es tan grande sólo tienen éxito quienes más se preparan y más persistencia tienen.
LA NIÑA DE LAS ESTRELLAS
Había una vez en una aldea una niña que, en cuanto comenzaba a caer la noche, levantaba los ojos al cielo y se quedaba lela mirando las estrellas. Pasaba así largos espacios de tiempo. Se olvidaba de todo, su mirada y sus pensamientos se perdían en el firmamento, deseando tener una de esas lucecitas titilando en sus manos.
Una cálida noche de verano, estando en su cuarto, cuando ya era hora de dormir, se asomó a la ventana para ver las estrellas antes de irse a la cama. Esa noche la Vía Láctea brillaba con más esplendor que nunca y su deseo de alcanzarlas se volvió incontenible.
Entonces abrió la ventana, se deslizó sigilosamente hacia el jardín, abrió la verja sin hacer ruido y echó a andar. Caminó largamente por valles y montañas hasta que encontró un riachuelo.
-Buenas noches, riachuelo –lo saludó.-
¿Has visto alguna estrella por aquí?
Me encantan las estrellas, me muero de ganas por tocarlas y poder jugar con ellas.
-Claro que sí –repuso el riachuelo-.
¿No ves que su brillo no me deja dormir?
Pasan toda la noche en mis aguas.
La niña se metió al riachuelo y chapoteó por todas partes pero no encontró estrella alguna.
-Perdón, riachuelo –dijo la niña, mientras se secaba después de salir del agua-, pero creo que en tus aguas no hay ni una sola estrella.
-Pero ¿qué dices, muchachita? –exclamó el riachuelo, disgustado-.
Hay muchas estrellas aquí. Todas las noches las veo.
¿No te digo que no me dejan dormir? ¡Tengo tantas estrellas que no se qué hacer con ellas! .
Y el riachuelo, renegando, siguió su curso hasta olvidarse de la niña. Ella se alejó sin hacer ruido y continuó su camino. Al cabo de un largo rato se sentó a descansar a los pies de una colina. Cuando menos pensó, el prado estaba lleno de cientos de pequeñas hadas que habían llegado a bailar.
-Buenas noches, pequeñas hadas –dijo la niña-. ¿Han visto alguna estrella por aquí? Me encantan las estrellas, me muero de ganas por tocarlas y poder jugar con ellas.
-Por supuesto –cantaron las hadas-, brillan toda la noche entre las briznas de hierba. Ven a bailar con nosotras y encontrarás todas las que quieras.
De manera que la niña bailó durante horas, aprendió los secretos pasos de baile de las pequeñas hadas, hasta que, rendida por el cansancio, se desplomó, sin llegar a ver la primera estrella.
-Algo muy dentro de mí me dice que las pequeñas hadas son las únicas que me pueden ayudar a alcanzar las estrellas –les dijo la niña mirándolas a todas, una por una.
-Si estás realmente decida, debes preservar y seguir adelante -le dijo una de las pequeñas hadas-, sólo tienes que buscar la escalera sin peldaños y ella te conducirá a las estrellas.
La niña reanudó la marcha, subió montañas, bordeó abismos, atravesó desiertos y transitó oscuros caminos indagando por la escalera sin peldaños. Al fin una gaviota la condujo al arco iris y la niña comenzó a escalar, pero avanzaba con mucha lentitud porque continuamente se resbalaba y retrocedía. Al fin llegó arriba y pudo ver las estrellas. Maravillada, estiró su mano para tratar de alcanzarlas, y cogió una estrella fugaz que la haló con tanta fuerza que la arrastró volando hacia el cielo. La niña no supo más hasta el día siguiente cuando, al despertarse en su cama, descubrió un grano de polvo de estrellas que centelleaba sobre la palma de su mano.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Que Dios te bendiga.
Un abrazo
Tu Amigo: Carlos Félix.
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